
La madre, entre lágrimas y dolor, vio como la ingrata
muchacha montaba el único caballo que tenían y venía hacia ella con la
intención de atacarla con el caballo.
El sacerdote del pueblo
escuchó los gritos desesperados de la pobre anciana y corrió en su
ayuda, pero llegó demasiado tarde. Al ver lo que había pasado, alzó su
Biblia y maldijo a la joven, todavía montada en el caballo, y la condenó
a pasar el resto de la eternidad con su cuerpo de mujer y la cara del
caballo, para que todos los hombres huyeran de ella y se quedara sola
por siempre.
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